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La Mérida actual es el resultado de los procesos convulsos del pasado siglo. Una guerra y posguerra con heridas visibles y una época de desarrollismo que, seguramente, mutiló una parte de nuestra ciudad tradicional.

Mérida se dibuja con líneas irregulares que se corresponde con los trazados de nuestras vivencias y que aunan lo construido y lo vivido. Mérida es y nos pertenece. En 25 de febrero de 1983 se aprueba el Estatuto de Autonomía de Extremadura, proclamando a Mérida, capital de la Comunidad y, por ello, sede de las instituciones autonómicas: Junta de Extremadura y Asamblea de Extremadura.

A los emeritenses, por nacimiento o vocación, nos gusta la metáfora de la Asamblea. Está ubicada en el antiguo Hospital de San Juan de Dios, y queremos pensar que el antes y el hoy se conjugan con un mismo sustantivo, vida.

Comenzamos a delinear una nueva urbe. Marcada por los cambios históricos, las nuevas necesidades administrativas, la apertura importante al turismo, el esplendor

vivido por el Festival de Teatro Clásico durante toda la década de los ochenta y parte de los noventa, han hecho de nuestra ciudad una realidad que va acomodándose a estos nuevos tiempos; una ciudad más heterogénea, más incluyente, a, veces, más amable que continua su tradición de transcender a los autóctonos. El Museo Nacional de Arte Romano, de la mano maestra de Rafael Moneo; el Palacio de Congreso, construido por el equipo Nieto- Sobejano; Juan Navarro Baldeweg nos legó el edificio de las Morerías como sede de la Junta de Extremadura, mirando a la Alcazaba árabe y hablando con ella, como le gustaba pensar al arquitecto; Francisco Javier Sáenz de Oiza nos quiso regalar la Escuela de Administración Pública y Calatrava nos unió las dos orillas de la ciudad con el puente Lusitania. Esta es nuestra historia y esperemos que la améis, como lo hacemos nosotros. Añadid lo que deseéis, abandonad lo que os plazca, pero haced la ciudad con nosotros.

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